let's dance! :P
Haru no Yuki
Saturday, June 06, 2009
Friday, September 19, 2008
Tuesday, August 12, 2008
INT. CAFÉ DULCINEA - TARDE
"La Luz de la tarde penetra con fuerza a través del cristal de la ventana. Gabriel cierra los ojos con una mueca de disgusto empujando las portezuelas de madera para esquivar los intensos rayos solares.
Paula sostiene nerviosa su cigarrillo, lo eleva temblorosa a la altura de sus labios y tímidamente toma el mezclador fingiendo concentrarse en la taza de café y las raciones de azúcar que vierte lentamente en la bebida.
-Ya está frío, no tiene objeto mezclarlo tanto- dice él rompiendo el silencio.
Ella no se atreve a mirarlo a los ojos, no precisamente porque él la intimide, sino porque se siente ajena a todo el espacio, a la voces de la multitud que se disipan y se hacen cada vez más lejanas; a él, al tiempo que ha pasado, a esa inquebrantable brecha y la ridícula pretensión de intentar unir con una bandita aquel maltratado y manoseado lazo que los comunica y que ahora sólo se resume a una dependencia funcional.
A quien le abra mis piernas o no, no es problema tuyo, ya no somos nada- dice ella al fin, mientras deposita el empaque de azúcar vacío en el cenicero
-Deberías dedicarte a eso, finalmente es lo que mejor sabes hacer- responde él con determinación.
Ella esboza una ligera sonrisa, levantando forzadamente una parte de su labio superior, como un gruñido ahogado.
-Aunque deberías considerar que como puta te iría muy mal, tampoco sería un negocio lucrativo.
Paula contiene las lágrimas que se acumulan en el borde de su ojo, como goterones que quieren precipitarse al vacío y se deshacen con el mínimo roce de la misma manera que se pierde el encanto por la vida (...)"
Labels: More bullshit
Thursday, July 31, 2008
FLASHBACK – INT. AÑO 2005 LUGAR INDETERMINADO DE LA CREATIVIDAD PERDIDA
Es difícil abandonar lo literal, lo que no se ve , cuando te acostumbras a escribir y describir justamente en función de lo que se ve.
Se ha vuelto casi un reto diario sentarme frente a mi ordenador y pensar en otra cosa que no gire en torno a un encabezado, escena, descripción de la escena, acciones, diálogos, corte a, disolvencia... etc, etc. Cada tecla que oprimo temerosamente se quiere acomodar a la estructura de un guión.
No puedes decir qué piensa el personaje si el público no lo ve, es así de sencillo, entonces tienes que hacer visibles esos pensamientos y ahí es donde la estructura a veces se vuelve un obstáculo, cuando tu cabeza no deja de ordenar cada palabra tal como lo haría el Final Draft.
Ayer estuve haciéndole limpieza a mi ordenador y me encontré con algo que escribí hace tres años; y aunque no se trata de los pensamientos más brillantes y originales -de hecho revela un empalogoso espíritu romántico- me condujo a pensar hasta qué punto la técnica deja de ser una herramienta para convertirse en un intrincado laberinto, un bloque tan pesado que no te puedes quitar de encima. Evidentemente es una técnica manipulable y no siempre conduce a un descripción literal de los hechos ( muchas veces no hay hechos y no importa que no los haya), pero hasta qué punto castra hacer visible, lo invisible... Sí, sí, ahí está la creatividad del artista, entiéndase que no hago referencia a nada más que no sea el de la escritura audiovisual pues la forma que tenga ese guión después ya es otro cuento y eso es finalmente lo que más me apasiona, la forma de transmitir un pensamiento a través de otro vehículo que no esté supeditado al parloteo, a la prosa, a la retórica. Pero a veces tanto punto de giro, acto, primer acto, pinzas y todo eso que necesitas para llenar una sala de cine y que coman crispeta con coca cola y conviertan el acto de ver cine ,como diría en señor Russo,en un fast food con pantalla, abruma.
Fondos de apoyo, convocatorias públicas, presupuestos de 2mil a 3mil millones de pesos, historias que sean rentables en taquilla, me estoy hasrtando de eso...Dénme una Bolex y hagamos nuevas historias.
"El amor no es enamoramiento sino esa capacidad
de dejarse tocar por el mundo.
Krzysztof Kieślowski
Los seres humanos somos tan cobardes de amar como de morir. Nuestra eterna lucha no es contra el dolor ni contra la estupidez, sino contra la muerte; y el amor no es sino aquello que posterga nuestro temor a morir. Y hablo del amor no como el sentimiento que tan villanamente han almacenado en nuestro imaginario colectivo los poetas baratos y las comedias románticas de Hollywood, si no del amor como ese intento desesperado del no-morir.
Un enfermo terminal se aferra a Dios, al evangelio o al recuerdo, porque es la única forma de aniquilar la proximidad de su muerte. El amor, llámese Dios, fe, enamoramiento, pasión, deseo o recuerdo, no es otra cosa que nuestra desesperada lucha contra lo tanático.
Mi abuelo recordaba episodios de su juventud debido a que además de su Alzheimer, eran estas evocaciones las que alivianaban su deteriorado estado de salud. Hablo de él porque cuando se pierde ese impulso vital, la muerte llega sin remedio, y a él cuando se le acabaron sus recuerdos, no tuvo otra opción que morir.
Es triste pensarlo pero a veces siento esa proximidad de la muerte como una punzada que lentamente me va quitando el vigor. Akutagawa en sus últimos días escribió una carta a su amigo expresando las razones de su cercano suicidio: había perdido la fuerza instintiva que es la última, y a la larga la primordial condición del ser vivo y que se resume en actividades básicas como comer, dormir, y copular.
Yo que prefería no amar y ser como una esfera sostenida en el vacío. Yo que prefería una muerte temporal de mis impulsos como una forma de evadir la verdadera muerte, ahora me siento más muerta que nunca (..)"
Labels: Bullshit
Wednesday, July 09, 2008
Friday, May 09, 2008
Ella se inclina, flexionando las piernas, como si bailara mambo. Toma un trozo de toalla desechable y se limpia con rapidez el espeso y traslúcido líquido que todavía corre por su entrepierna. Al mirarse al espejo descubre a contraluz la gota de sudor se dibuja en su frente. Huele a calle, huele a sexo pútrido. En la ducha, bailando entre un pequeño pozo de agua, hay un gusano negro y baboso retorciéndose cerca al sifón. Eliana siente náuseas, quiere empacar sus cosas y cruzar el umbral de la habitación de una vez por todas, salir del influjo de esa titilante y mortecina luz de motel.
En la cama se perfila un cuerpo bajo las sábanas, tapándose el rostro, boca abajo, duerme Jota. En el brazo que sostiene la almohada, tatuado con tinta de color, un enorme ojo se estira en toda la superficie del codo, apuntando su desafiante mirada hacia ella. Eliana se desplaza en puntillas, casi no puede caminar, cualquier movimiento brusco puede resultar desgarrador. Le duele el culo, es una golfa a la que han penetrado por todos los posibles orificios de su cuerpo. Le han extraído el alma a pedazos, han urdido la carne. Un demonio se incorporó sobre ella, penetró con rudeza sus pensamientos, ahora lo siente desde las tripas hasta la garganta. Una lágrima se asoma tímidamente en lo bajo de sus ojos, quiere rebosarse, ser expulsada con ese último aliento gélido.
Ella sale disparada, como un chiflón, mira de reojo al hombre que duerme y cierra la puerta apoyándose sobre ella del otro lado del pasillo. -1,2,3,- cuenta mentalmente. El mundo se desvanece. De su bolsillo cae una fotografía arrugada en la que aparece su propio rostro y el de Jota abrazando un niño pequeño de cabellera rubia -son sonrisas de comercial de pasta dental- comentó Eliana la primera vez que la vio en el papel.
Eliana cruza el pasillo bajo la titilante luz. Las piernas flaquean, siente la boca seca, las mucosas vacías, la cocaína le ha destrozado el cartílago nasal. De su chaqueta saca la pequeña nota que ha guardado para poner sobre la tumba de Simón.
0001---1110...111--
Miro la página en blanco y sin más me detengo. Me he vuelto mala para escribir, ahora todo se resume a cuestiones del corazón que inevitablemente me destrozan y buscan proyectarse en todo lo concerniente a mi expresión. El rostro…el rostro no se ha vuelto más que una constante mueca de amargura, de dolor, de tragedia, que hace pensar en las mujeres sufridas, mártires y patéticas de las telenovelas. Pálido y cansado me muestra ese inagotable gesto de cansancio. Miro las piedritas del ferrocarril cubiertas por una red de alambre. Silencio, infinito silencio.
Tuesday, February 19, 2008
Esa tarde extraje de mi nochero un papel arrugado y amarillento: “Anitra” decían sus garabatos apenas legibles, y a continuación su número telefónico. Entonces recordé a esa Anitra de mi juventud, a esa muchachita pudorosa que perdía todo el pudor con el simple roce de mis manos; recordé a esa Anitra cándida de piel resplandeciente y muslos gráciles.
Aún evoco con exactitud su carne palpitante, y ese rubor que exuberaba el calor en sus mejillas, en toda su piel. Un simple roce bastaba para que echara la cabeza hacia atrás en un gesto histriónico que revelaba la finura de su mentón, contorneado perfectamente, formando una breve depresión que subía hasta el área de los pómulos, cuando su sonrisa se convertía en una muestra de placer. A-N-I-T-R-A, en mayúsculas. Anitra, la diosa poseedora de la vulva que por primera vez proyectó mis erecciones en el campo de lo posible.
-Es la crisis de los cincuenta- respondió a mi lado esa mole de carne vieja, otrora bellas, que tengo por esposa; cuando ingenuamente le conté mis intenciones de conocer el paradero de Anitra.
- Es evidente que a tu edad quieras tener noticias de muchos amores del pasado, a mí me ocurre lo mismo, pero pierdes tu tiempo; muchos de ellos pueden estar lejos, simplemente haber fallecido, o haberte olvidado sin remedio.
Su lógica me resultaba inaceptable cuando apuntaba a sugerencias tan obvias, lo cual ocurría o bien porque simulaba interesarse en mis inquietudes, o simplemente porque prefería concluir el tema con una respuesta superficial antes que ahondarlo por temor a enfrentarse con respuestas menos alentadoras. No tardé en concentrarme en cada uno de sus defectos mientras ella se limaba las uñas asiduamente: ese tejido que discretamente empezaba a abultarse bajo sus ojos le restaba la belleza y el brillo que alguna vez admiré con exaltación; esa acumulación adiposamente insensata en su vientre y nalgas que la obligaban a consumir productos para contrarrestar el paso de los años ,y a consultar ese tipo de libros y revistas que daban consejos prácticos para evitar las funestas consecuencias de la gravedad. Era ella, ese mueble que reclamaba y destilaba de mi vida hasta el último centavo posible, ese pequeño monstruo que inevitablemente llenó de fealdad mi corazón.
-Débora, te estás haciendo vieja y fea- dije con la misma repulsión que se confirmaba en sus ojos asombrados. La había herido, a la vez sentía un poco de la calma y la tranquilidad que deja el expulsar los pensamientos cuando son más voraces y guardan consigo la letal ponzoña.
Según el Budismo Zen, las decisiones sensatas surgen luego de respirar profundo y contar hasta siete exhalaciones; sólo hasta entonces se puede decir que se pensó para hablar. Pero en mi caso no se cumple esa ley, ese tipo de diplomacia que enmascara los deseos del alma, no hace otra cosa que guardarlos en lo más profundo de la misma hasta que salen a flote de la manera menos esperada. Y fue en ese momento, cuando tuve la seguridad de haber herido a Débora, que disfruté hasta el último instante ese sabor a victoria. No quería exhalaciones, no quería calma, sólo quería montarla como una vieja yegua y pedirle con mi polla penetrándole las entrañas, que firmara el divorcio.
La odiaba, la odiaba toda. Recuerdo el pasaje de algún libro en el que el protagonista defendía a las mujeres de mi generación; hablaba de los admirables que eran porque se esforzaron por luchar su puesto dentro de una sociedad machista. Pero ella no, Débora no. La cabeza solamente le servía para aplicarse los tintes que escondían las canas, o para pensar en el nuevo sostén relleno de gel frío que tonificaría sus senos caídos. Débora no se destacaba por nada, tenía una carrera, un doctorado, pero jamás la recordé por algo en particular. Al igual que Anitra la había bautizado por su concha, por su belleza, por lo maravilloso que era ver su cuerpo bronceado recostado en la playa, pero nada más.
Al cabo de un rato Débora reaccionó, abrió su boca para proferir unos cuantos insultos en mi contra; para recordarme el artista fracasado que yo era y el destino irremediable de mis esculturas en galerías de mala muerte. Lo mismo de siempre: La imagen de una mujer que grita en silencio, como si le hubiese puesto “mute” a su tv.
Pausa. Una larga pausa. La bebida caliente reposa en nuestras tazas. Un hilo de vapor empaña mis gafas y logro verla a ella como quisiera verla siempre: borrosa. Ella mastica con calma y puedo ver la desesperanza en sus ojos, también está cansada, también me odia.
-¿A qué hora sales mañana?- pregunta Débora con un fingido tono dulzón.
-A la hora de siempre- respondo con tosquedad
-Bien, pondré el despertador. ¿Vamos a dormir?
-Vamos
Deposito un beso en su mejilla y me acuesto a su lado en la cama. Apago la lámpara de mesa. En la pared se proyectan dos bultos negros y alargados, acentuados por la luz que entra desde las casas vecinas, y se cuela a través de la persiana. Ella me da la espalda y finge dormir; sé que tiene los ojos tan abiertos como los míos. Pienso que después de todo no es tan mala, han sido quince años juntos. En el cielo raso se dibuja el rostro de Anitra. La veo de nuevo, toco con mis labios sus rizos humedecidos y siento un calor que se me sube a las pelotas.
-La camisa azul está húmeda –afirma sin volverse hacia mí
- ¿Y la verde?
-Me parece que está seca
-Bien
La respiración de Débora se apacigua, ahora duerme profundamente. Su sombra se mueve, se prolonga con el movimiento de su pecho; por un momento se cubre con las cobijas hasta el cuello y desaparece en la pared con una línea recta. A su lado hay un bulto, negro e indefinido que pierde definición y se va desenfocando lentamente.
Aún evoco con exactitud su carne palpitante, y ese rubor que exuberaba el calor en sus mejillas, en toda su piel. Un simple roce bastaba para que echara la cabeza hacia atrás en un gesto histriónico que revelaba la finura de su mentón, contorneado perfectamente, formando una breve depresión que subía hasta el área de los pómulos, cuando su sonrisa se convertía en una muestra de placer. A-N-I-T-R-A, en mayúsculas. Anitra, la diosa poseedora de la vulva que por primera vez proyectó mis erecciones en el campo de lo posible.
-Es la crisis de los cincuenta- respondió a mi lado esa mole de carne vieja, otrora bellas, que tengo por esposa; cuando ingenuamente le conté mis intenciones de conocer el paradero de Anitra.
- Es evidente que a tu edad quieras tener noticias de muchos amores del pasado, a mí me ocurre lo mismo, pero pierdes tu tiempo; muchos de ellos pueden estar lejos, simplemente haber fallecido, o haberte olvidado sin remedio.
Su lógica me resultaba inaceptable cuando apuntaba a sugerencias tan obvias, lo cual ocurría o bien porque simulaba interesarse en mis inquietudes, o simplemente porque prefería concluir el tema con una respuesta superficial antes que ahondarlo por temor a enfrentarse con respuestas menos alentadoras. No tardé en concentrarme en cada uno de sus defectos mientras ella se limaba las uñas asiduamente: ese tejido que discretamente empezaba a abultarse bajo sus ojos le restaba la belleza y el brillo que alguna vez admiré con exaltación; esa acumulación adiposamente insensata en su vientre y nalgas que la obligaban a consumir productos para contrarrestar el paso de los años ,y a consultar ese tipo de libros y revistas que daban consejos prácticos para evitar las funestas consecuencias de la gravedad. Era ella, ese mueble que reclamaba y destilaba de mi vida hasta el último centavo posible, ese pequeño monstruo que inevitablemente llenó de fealdad mi corazón.
-Débora, te estás haciendo vieja y fea- dije con la misma repulsión que se confirmaba en sus ojos asombrados. La había herido, a la vez sentía un poco de la calma y la tranquilidad que deja el expulsar los pensamientos cuando son más voraces y guardan consigo la letal ponzoña.
Según el Budismo Zen, las decisiones sensatas surgen luego de respirar profundo y contar hasta siete exhalaciones; sólo hasta entonces se puede decir que se pensó para hablar. Pero en mi caso no se cumple esa ley, ese tipo de diplomacia que enmascara los deseos del alma, no hace otra cosa que guardarlos en lo más profundo de la misma hasta que salen a flote de la manera menos esperada. Y fue en ese momento, cuando tuve la seguridad de haber herido a Débora, que disfruté hasta el último instante ese sabor a victoria. No quería exhalaciones, no quería calma, sólo quería montarla como una vieja yegua y pedirle con mi polla penetrándole las entrañas, que firmara el divorcio.
La odiaba, la odiaba toda. Recuerdo el pasaje de algún libro en el que el protagonista defendía a las mujeres de mi generación; hablaba de los admirables que eran porque se esforzaron por luchar su puesto dentro de una sociedad machista. Pero ella no, Débora no. La cabeza solamente le servía para aplicarse los tintes que escondían las canas, o para pensar en el nuevo sostén relleno de gel frío que tonificaría sus senos caídos. Débora no se destacaba por nada, tenía una carrera, un doctorado, pero jamás la recordé por algo en particular. Al igual que Anitra la había bautizado por su concha, por su belleza, por lo maravilloso que era ver su cuerpo bronceado recostado en la playa, pero nada más.
Al cabo de un rato Débora reaccionó, abrió su boca para proferir unos cuantos insultos en mi contra; para recordarme el artista fracasado que yo era y el destino irremediable de mis esculturas en galerías de mala muerte. Lo mismo de siempre: La imagen de una mujer que grita en silencio, como si le hubiese puesto “mute” a su tv.
Pausa. Una larga pausa. La bebida caliente reposa en nuestras tazas. Un hilo de vapor empaña mis gafas y logro verla a ella como quisiera verla siempre: borrosa. Ella mastica con calma y puedo ver la desesperanza en sus ojos, también está cansada, también me odia.
-¿A qué hora sales mañana?- pregunta Débora con un fingido tono dulzón.
-A la hora de siempre- respondo con tosquedad
-Bien, pondré el despertador. ¿Vamos a dormir?
-Vamos
Deposito un beso en su mejilla y me acuesto a su lado en la cama. Apago la lámpara de mesa. En la pared se proyectan dos bultos negros y alargados, acentuados por la luz que entra desde las casas vecinas, y se cuela a través de la persiana. Ella me da la espalda y finge dormir; sé que tiene los ojos tan abiertos como los míos. Pienso que después de todo no es tan mala, han sido quince años juntos. En el cielo raso se dibuja el rostro de Anitra. La veo de nuevo, toco con mis labios sus rizos humedecidos y siento un calor que se me sube a las pelotas.
-La camisa azul está húmeda –afirma sin volverse hacia mí
- ¿Y la verde?
-Me parece que está seca
-Bien
La respiración de Débora se apacigua, ahora duerme profundamente. Su sombra se mueve, se prolonga con el movimiento de su pecho; por un momento se cubre con las cobijas hasta el cuello y desaparece en la pared con una línea recta. A su lado hay un bulto, negro e indefinido que pierde definición y se va desenfocando lentamente.