Friday, May 09, 2008

Ella se inclina, flexionando las piernas, como si bailara mambo. Toma un trozo de toalla desechable y se limpia con rapidez el espeso y traslúcido líquido que todavía corre por su entrepierna. Al mirarse al espejo descubre a contraluz la gota de sudor se dibuja en su frente. Huele a calle, huele a sexo pútrido. En la ducha, bailando entre un pequeño pozo de agua, hay un gusano negro y baboso retorciéndose cerca al sifón. Eliana siente náuseas, quiere empacar sus cosas y cruzar el umbral de la habitación de una vez por todas, salir del influjo de esa titilante y mortecina luz de motel.

En la cama se perfila un cuerpo bajo las sábanas, tapándose el rostro, boca abajo, duerme Jota. En el brazo que sostiene la almohada, tatuado con tinta de color, un enorme ojo se estira en toda la superficie del codo, apuntando su desafiante mirada hacia ella. Eliana se desplaza en puntillas, casi no puede caminar, cualquier movimiento brusco puede resultar desgarrador. Le duele el culo, es una golfa a la que han penetrado por todos los posibles orificios de su cuerpo. Le han extraído el alma a pedazos, han urdido la carne. Un demonio se incorporó sobre ella, penetró con rudeza sus pensamientos, ahora lo siente desde las tripas hasta la garganta. Una lágrima se asoma tímidamente en lo bajo de sus ojos, quiere rebosarse, ser expulsada con ese último aliento gélido.

Ella sale disparada, como un chiflón, mira de reojo al hombre que duerme y cierra la puerta apoyándose sobre ella del otro lado del pasillo. -1,2,3,- cuenta mentalmente. El mundo se desvanece. De su bolsillo cae una fotografía arrugada en la que aparece su propio rostro y el de Jota abrazando un niño pequeño de cabellera rubia -son sonrisas de comercial de pasta dental- comentó Eliana la primera vez que la vio en el papel.

Eliana cruza el pasillo bajo la titilante luz. Las piernas flaquean, siente la boca seca, las mucosas vacías, la cocaína le ha destrozado el cartílago nasal. De su chaqueta saca la pequeña nota que ha guardado para poner sobre la tumba de Simón.

0001---1110...111--

Miro la página en blanco y sin más me detengo. Me he vuelto mala para escribir, ahora todo se resume a cuestiones del corazón que inevitablemente me destrozan y buscan proyectarse en todo lo concerniente a mi expresión. El rostro…el rostro no se ha vuelto más que una constante mueca de amargura, de dolor, de tragedia, que hace pensar en las mujeres sufridas, mártires y patéticas de las telenovelas. Pálido y cansado me muestra ese inagotable gesto de cansancio. Miro las piedritas del ferrocarril cubiertas por una red de alambre. Silencio, infinito silencio.