Saturday, December 17, 2005

Pasajero 11001

El autobús se detuvo. Aproveché para mirar por la ventanilla a una atractiva joven que cruzaba la avenida. Caminaba con ligereza, y se deslizaba con la altivez de una mujer que es consciente de su singular belleza. Cinco segundos. En el carril contiguo se detuvo otro autobús de color blanco, un poco más alto que en el que me encontraba; por lo tanto, aunque las ventanillas de aquel lindaban con las mías, tenía que subir mi mirada para obtener detalles de sus pasajeros. El tráfico se despejó un poco, de modo que el autobús del lado avanzó otro tanto más, dejando frente a mi ventanilla, a sólo 40 cms de distancia, el plano medio de una mujer, unos años mayor que yo, que sollozaba largamente. Yo no la escuchaba debido a la distancia y la impermeabilidad del cristal de las ventanas, pero aún así sabía la magnitud de aquel llanto por la potencia con la que agitaba sus hombros y el movimiento convulso de su espalda.

Como si se hubiera percatado de mi mirada inquisidora, la mujer volteó a verme con los ojos inundados en lágrimas, lágrimas abundantes y fluidas que en un cauce incontenible se acumulaban en lo bajo de su mentón; muy cerca de este, a lo alto de las mejillas, los cabellos húmedos y enmarañados se adherían a su piel, llegando hasta la comisura de su boca y devolviéndose a su posición original con la fuerza del vaho que exhalaba. Yo la miré con insistencia, y ella, sintiéndose un tanto intimidada, giró nuevamente el rostro para enjugarse las lágrimas con un pañuelo. Con el trozo de tela aún tapándole el rostro, hizo una pausa -lo supe porque su espalda dejó de moverse con la misma intensidad- alejó el pañuelo, se limpió las lágrimas con el dorso de las manos, y de repente, como recordando el motivo de su desgracia, volvió a soltar un sollozo profundo que invadió en una ondulación todo su cuerpo.

¿Qué podía hacerla llorar de esa manera?, cuál era el motivo de su llanto?- me pregunté repetidas veces mientras observaba con detenimiento sus gestos. No. No era un llanto motivado por la ira porque éste tenía características distintas a las que corresponden este tipo de sentimientos. Tal vez se trataba de una motivación altamente dolorosa –pensé-que hacía que su llanto saliera con tal fuerza de su pecho, como si quisiera evacuar ese dolor profundo de su cuerpo; por lo tanto ¿podría tratarse aquello de una decepción amorosa?. No lo creí posible, yo nunca he llorado por amor de esa manera, es más, justificando mi afirmación bajo prejuicios, me atrevería a decir que si se tratara de una pena amorosa, esa reacción correspondería normalmente a una adolescente, y no a una mujer que como ella, podía llegar fácilmente a los 45 ó 50 años. Entonces, ¿se trataría de la muerte de alguien cercano?, ¿de un ser querido?. No. Detallé su ropas y eran claras, de un color rosa oscuro; si fuera bajo tal caso, estaría de luto. Pero, ¿ y si hasta ahora se enteraba de la muerte, o simplemente se hubiera enterado de una grave enfermedad de alguien?.

El tráfico se movió. Mi mente seguía armando fabulaciones con un personaje que desconocía. En contados segundos el chofer movió la caja de cambios y mi autobús avanzó, desplazando a unos pocos metros el de la mujer. La había perdido de vista. De repente una voz rezumbó a mi lado, sacándome de mis cavilaciones: -Iana, Te estaba hablando desde hacía unos minutos, estabas absorta, ¿en qué pensabas?- preguntó Manuel chasqueando los dedos en mis oídos.
-Tonterías- respondí, recuperándome de la sorpresa.
La avenida se despejó, el autobús aceleró y avanzó por entre decenas de automóviles. La mujer sollozante ya se encontraba a kilómetros de mí.

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